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No pienso, ni existo. Soy la neblina de la madrugada invernal, el beso perfecto en la tarde otoñal en una banca gastada. Soy el recuerdo en blanco y negro que ilumina tu rostro. Soy creadora y creación, un espécimen, un aborto, una esperanza. Recorrerme es entrar al laberinto de pasto seco, suplicando la autotortura y flagelación. Me arranco entre los dedos del amor y me acobijo en la desgracia. Mi mente es un puente vertiginoso que disfruta de los detalles, las elocuencias y la falta de comprensión. Soy soñadora de cosas pequeñas, me alimento de la sonrisa de extraños, de la mirada depresiva de quién sólo da vueltas en círculos por la calle, de un gesto de comprensión. Y no pido grandes cosas, no pido nada extraordinario. Ni cielos, ni volcanes. Sólo un minuto de silencio para mi soledad, de cariño para la sangre.

Soy la música de un violín, el orgasmo que se escucha cuando canta el piano... La tierra que se pisa y el dolor. La que le da forma estas letras, soy nadie y lo soy todo, una unión de manos e incluso me atrevería decir que soy la película que arranco tu sueño más de una noche. Tengo la capacidad de convertirme en todo aquello que la rutina no me permite ser. Y es que, nunca fui muy buena con las normas, con la rutina, con el compromiso. Yo soy el adiós permanente. Simplemente seré siempre el hasta nunca.

Charles Bukowski

No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida. ¡Maldita sea!