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¡Y sigamos con la ironía!, con las mismas viejas mentiras. Tú bebes vino en tu copa de vidrio barato, mientras se me corre el maquillaje ensuciando mi rostro por la tristeza. Me miras con un dolor desgarrado - Te duele - y sin embargo te callas.

El orgullo destruyo mi alma y tu estupidez mi corazón, ¡Qué egoísta soy hablando siempre de mi! ¿No es verdad?, porque no importa que mis deditos estén sangrando por intentar unir los pequeños trocitos de ilusa esperanza. Tú te me acercas y yo intento huir, porque tu perfume revuelve mi estómago y me hipnotiza. Perdóname -te susurre- pero no puedo más, estoy destrozada y el público se reirá de mi patética escena de amor, pero tu continuaste callado, y en tu silencio aprecié tus imperfecciones como tus lunares muy marcados, tus arrugas y aquél ojo más grande que desproporciona tu rostro, como si el ángel que te tallo lo hubiese hecho con odio y repudio, con una inteligencia sutil ya que son pequeñas cosas que no se ven a simple vista, al contrario, son unos pequeños detalles -casi invisibles a los ojos- que me demostraron que aquél galán era una falsa.

Tu personalidad se transformo y tus promesas se esfumaron junto a las sombras impenetrables, y los recuerdos sepias se convirtieron en pesadillas que me torturan -y lo harán- por las noches, aliándose con mi insomnio y procurando que mi amarga pena sea eterna. Sin embargo esta bien, soy una dama con el labial algo borrado y el maquillaje corrido, acostumbrada a arrodillarse ante tus ojos -como su fueras un dios y amo- y repetir "¡Sigamos con las mismas ironías!, con las mismas viejas mentiras", pues, si no lo hiciera esta historia habría terminado y aún tengo mucho porque sufrir y torturarme.

Charles Bukowski

No era mi día. Ni mi semana, ni mi mes, ni mi año. Ni mi vida. ¡Maldita sea!